Médico eminente, polemista y pensador es clarecido, falleció en Ciudad
Bolívar, el 27 de noviembre de 1945. Liberales y masones lo calificaban de
católico ultramontano.
Nacido en soledad cuando la
Guerra Federal recogía sus armas para inaugurar en Venezuela el esquema de los
Estados soberanos, no quiso, sin embargo, vivir en la otra orilla del Orinoco
sino en la Ciudad empinada, donde se podía vivir y hasta morir, tranquilamente,
sin mayor apremio.
Aquí vivió y estudio sin dejar
de mirar a la tierra chica que siempre tuvo de frente. Soledad era un pueblo de
escasos habitantes, social y económicamente dependiente de Ciudad Bolívar, más
de que Barcelona a 260 kilómetros de camino y siempre allí, independiente,
llenando los ojos de los citados bolivarenses que nunca dejan de asomarse para
ver pasar el río, desde las azoteas o desde el puerto de los cocos. Soledad,
además, tenía otra significación para él: ahí vivían José Maria Vargas y Amelia
Pizarro, quienes se coyundaron para traerlo a la vida un primero de mayo de
1866, al igual que vinieron después sus otros dos hermanos, Ernesto y Amelia.
Ni esta última ni el tuvieron sucesión. Solo Ernesto tuvo a María Amelia, como
que la esterilidad fue un destino irrediable en su familia.
En 1866 sonaba mucho el nombre
de Juan Baustita Dalla Costa Soublette, un gobernante no solo preocupado por el
desarrollo urbanístico y económico de la
ciudad capital, sino por la educación, hasta el punto de decretar la
obligatoriedad a la misma de los secularmente marginados e hijos de artesanos.
El centro de la educación y la
cultura entonces era el antiguo inmueble donde efectuó sus sesiones el segundo
Congreso Constituyente de Venezuela o Congreso de Angostura. Allí se estudiaba
no solo la primaria sino también el Bachillerato en tres menciones: filosofía,
agrimensura y medicina. Ya a finales del siglo diecinueve se creó el tercer
nivel, vale decir, e l superior.
Luis Felipe Vargas Pizarro
ingresó a ese Colegio Federal de Guayana un poco tarde, puesto que allí se
recibió de Bachiller en Medicina, bajo la rectoría del Dr. J. M. Núñez, julio
de 1862, a la edad de 26 años, junto con J. M. Agosto Méndez, Antonio Bello y
Pedro Elías Belisario. No era entonces fácil vivir en Soledad u estudiar en
Ciudad Bolívar, menos con recursos económicos exiguos como los de la familia
Vargas Pizarro, que al final y para holgura de la pobreza hijo mayor, debió
residenciarse en la orilla opuesta.
Cuántos sacrificios entonces para estudiar. El
estudio era prácticamente elitesco por lo riguroso. Había que tener vocación y
talento, quemarse las pestañas bajo la luz mortecina de una lámpara de aceite o
acetileno porque la electricidad aún no había sido trasformada en arcos
voltaicos. Estaba por inventarse y los libros eran escasos y a falta de ellos
había atenerse a los apuntes apresurados tomados de la palabra del educador.
La aspiración del bachiller era
llegar al doctorado y Vargas Pizarro la llenó el 20 de julio de 1894 bajo la
rectoría del doctor J. M. Emazábel. En septiembre se recibirán también de
doctores en medicina, sus otros compañeros de curso J. M. Agosto Méndez, pero
Elías Belisario Y Antonio Bello, quienes junto con Eduardo Oxford, José Angel
Ruiz, Félix R Páez, Juan de Dios Holmquist, J. M. Garcías Parra, Carlos
Emiliano Salom, Oscar Luis Perfetti, Pedro Crecido, mariano Figarella, Diego
Blanco Ledesma y Manuel Felipe Flores, todos egresados del Colegio Federal de
Guayana, se distinguirán como verdadero
apóstoles de la medicina y pioneros del fomento y desarrollo de la institución
hospitalaria en Ciudad Bolívar. Más que en los propios hospitales Mercedes y
Caridad funcionando en casas inapropiadas, la asistencia médica se practicaba
generalmente a domicilio. Vargas Pizarro era un médico de familia, un médico de
vista a toda hora del día y de la noche. Sus emolumentos dependían de los propios recursos de la familia del
paciente. Si tenían, bien; si carencia, su deber era, además de asistir al
enfermo, procurarle gratuitamente los medicamentos. Cuando más tiempo trabajo
en un centro público de salud fue en el
Manicomio, a su regreso de Guasipati, antigua capital del Territorio Federal
yuruari. Allá se casó con Emilia Lanza García y ejerció la medicina durante 28
años, desde 1905 hasta 1933. ¿Qué llegó a Vargas Pizarro ausentarse durante
tanto tiempo de la ciudad capital? Tal vez el de haber visto con buenos ojos la
Revolución Libertadora que pretendía abarcar que pretendía acabar con el
gobierno de la restauración liberal, derrocar al gobierno del General Cipriano
Castro.
Vargas Pizarro no quería nada
con los liberales. Los liberales representaban para él Guzmán Blanco
erosionando los cimientos de la Iglesia y a los perseguidores del nacionalismo
encarnado en el Mocho Hernández. El, en cierto modo, era mochista como todos
los del Yuruari que en 1892 se enrolaron en la Revolución Legalista, pero por
sobre todo era profundamente cristiano-católico sin llegar al dogmatismo o al
fanatismo que le endosaron sus antiguos hermanos de la francmasonería.
El doctor Luis Felipe Vargas
Pizarro rompió con la Masonería a raíz de su prisión en la cárcel de Ciudad Bolívar, donde fue
reducido tras la persecución del
Gobierno de Castro contra todos aquellos civiles que colaboraron de una u otra
manera con la Revolución Libertadora que en Bolívar tuvo como figuras
prominentes a Nicolás Rolando y Ramón
Cecilio Farreras. En abril de 1905 cuando el Presidente de la Republica Cipriano Castro Visitó a Ciudad Bolívar por
el espacio de cincos días, todavía quedaban presos políticos en la cárcel viaja
desde julio de 1903, entre ellos, los generales Simón Tabares, Pedro a. Romberg
y Agustín Barrios; los coroneles Ladislao Rosales, José Ballenilla Marcano y
Toribio R. Prospert y doctores Luis Felipe Vargas Pizarro y Ascensión Rojas
Vásquez, a los cuales puso en libertad atendiendo la súplica de su sector
representativo de la ciudad.
Ese mismo año, Vargas Pizarro decidió
largarse de de ciudad para la entonces capital del Territorio Federal Yuruari,
aconsejado por amigos y decepcionado de quienes por no malquistarse con el
Gobierno lo veían como gallina a grano de sal. Llegaba ya a los cuarenta años
de edad, sin haber hacho carrera en al amor. En Guasipati lo acogió la familia
Lanza-García y con uno de sus miembros –Emilia- contrajo matrimonio, sin suerte
para la procreación, solo para el amor que seguía vivo en la poesía cultivada
desde que era un mozalbete de dieciséis años en Soledad. Sólo para el amor,
para la profesión y la reflexión profunda volcada en muchos de sus escritos, ya
en los periódicos y revistas científicas o literarias de vida efímera de Ciudad
Bolívar como en el “Cojo Ilustrado” de caracas.
De todos sus escritores, quizás
el que más trascendió y lo dio a conocer como polemista de una cultura
filosófica escasamente común, fue la que titulo “Por Dios y por la patria” y la
cual después de de cincos largo capítulos, con una carta a su colega y amigo J.
D. Montenegro.
Esta pieza literaria de 94
páginas tiene relación con un separación de la Masonería de la cual abjura con
una terrible reflexión desde la bucólica región del Yuruari, a la cual se
enfrentan intelectuales como el historiador Bartolomé Tavera Acosta, autor de
“Anales de Guayana”; el poeta matos Arvelo, autor de “Vida Indiana”; Don
Hilario Machado, F. A. Lugo, Clodoveo Pérez, (de Upata) y hasta los escritores
colombianos J. M. Vargas Vila y Manuel Tirado Deguerre, salen a relucir en esta
polémica, piedras de escándalo que mantuvo en vilo a los guayaneses de todo el
arco sur orinoquense y hasta más allá, sobre todo, porque era la crema y nata
de la masonería que entonces tenía gran influencia y fuerza en la ciudad,
contra unos de sus antiguos miembros, de allí que Vargas Pizarro utilice como
un lema de sus artículos “De cara a la traílla”.
El artículo que sirvió de ignición a la polémica, titulado “Por Díos
y por la patria”, denunciaban a la Masonería
y ponía en entredicho sus fundamentos filosóficos. Denuncia que hizo Vargas Pizarro, conciente de una respuesta
que no se produjo inmediatamente sino después de una sesión de la Logia.
Mientras tanto, Tavera Acosta fue el encargado de ablandar al interpelados con
un artículo titulado “La Palabra del Maestro”,
prólogo del libro “Minotauro”, de Vargas Vila, y al margen una nota
anunciándole la respuesta que tocaría el fondo del asunto y la cual preparaba
don Hilario Machado y otros dos intelectuales.
A esa “Palabra del Maestro”
respondió Vargas Pizarro dando la pauta de lo que sería el resto del encendido
debate: “Al leer ese nueva producción, me viene involuntariamente a la memoria
aquel salomónico: “Es un hombre sin pies ni cabeza el que envía para su
negocios a un mensajero insensato”.
Quien era ese hombre sin pies y sin cabeza? ¿Acaso Tavera Acosta, la
logia? Y el mensajero insensato? Vargas Vila? “Reconocen por Maestro Vargas
Vila: se apoyan en el brazo de ese pobre cíclope ciego, a quien sorprende la
vejez en tierra extraña, echado a orillas de un camino, señuda todavía la
frente que calcinó el rayo de la derrota, desangrando y maldiciendo”.
“Cuando el amor de la verdad y
el sentido de la moral y de la justicia se perdieron entre los griegos-caídos
bajo la dominación romano les quedó a los míseros otro consuelo que el arte de
la palabra, la declaración hinchada y vacías, y enorgullecidos con hacer obras
de arte trabajando las materias más vivas, entretenían el fastidio de su nueva existencia haciendo el elogio de la
mosca, el panegírico de la fiebre, la canción del vómito y el himno gusano. El
Maestro habría perteneciendo a esa legión
de desocupados eunucos en aquella edad de de irremediable decadencia….”
Vargas Pizarro, quien perteneció al Centro científico literario que publicaba la revista
“Horizontes” como órgano divulgativo desde 1899, conoció Vargas Vila y Andrés
Mata, quienes publicaban en la Ciudad Bolívar de fines del siglo pasado “cabos
sueltos del Orinoco”. Nunca coincidió
con el autor de Ibis y Aura o las Violetas; sin embargo, compartió y fue
amigo de Andrés Mata, a quien le dedico el poema “Orinoco” escrito en febrero
en 1887.
Existe en manos de Milagros
Figueroa, del Centro Cultural “Universidad” de Puerto Ordaz, un libro de poemas
inédito de Varga Pizarro que comienza con un Madrigal, fechado el 24 de
septiembre de 1885 en Soledad y termina en 1898. Poemas de juventud tal vez
porque después no se le conoce producción literaria de este género. Quizás por
ello, Velía Bosch no lo incluye en su libro antológico “Gente del Orinoco”.
El doctor Luis Felipe Vargas
Pizarro, falleció en la noche del 27 de noviembre de 1945 y la oración fúnebre
en capilla ardiente la pronunció el presidente del Colegio de Médicos, Manuel
Felipe Flores, quien dijo que el único propósito de este hombre fue el de ser
útil a la humanidad: Hizo a la profesión un apostolado, de allí que viviera y
muriera pobre. Escritor de estilo inconfundible. Polemista irreducible. Libró
más de una batalla contra eventuales adversarios en el campo de las ciencias.
En Ciudad Bolívar se recordará siempre la polémica que sostuvo contra diversos
escritores cuando dejó de pertenecer a la Masonería. Fueron muchos los que
entonces salieron en defensa de esta y a
todos combatió en el terreno estrictamente doctrinario. Fue entonces cuando dio
a conocer sus grandes conocimientos, su dominio del idioma y sus amplísimas
facultades intelectuales.
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