Con los niños de la mano, la
bolivarense Anita Ramírez abrevó en lo
que para ella fue fuente inagotable de vivos conocimientos: el Orinoco.
Si la Casa del Congreso de
Angostura fue ágora de los tribunos republicanos en una época penosa y difícil,
también lo fue de los educadores. Allí no solamente nació la Universidad y el
famoso Colegio Federal de Varones, sino que se reunieron los más distinguidos
líderes de la educación venezolana. Por lo menos dos convenciones Nacionales se
realizaron en ese recinto de origen colonial que estuvo hasta 1975 aguardando
su restauración.
En la III Convención Nacional
del Magisterio celebrada aquí se oyó la voz cantarina de la directora fundadora
de la Escuela Graduada “Francisco Antonio Zea”
expresando conceptos eternos sobre el Río Padre que ese mediados del
siglo veinte fue dinámico caudal de navegación y luego, como dijera el extinto
profesor J. F. Reyes Baena, “río condenado a la anonimia”.
Anita Ramírez, la entonces
maestra y directora, repetía dirigiéndose a los convencionistas, entre los que
se destacaban Luis Beltrán Prieto, Matute Sojo, Siso Martínez y Humberto
Bártoli, lo que antes había insinuado Comenio: “Por qué en lugar de libros muertos no abrimos el gran libro de la Naturaleza?” y apuntaba hacia el
Orinoco.
Cuántas cosas Frente al Río! Cuántas cosas por
aprender! Frente al río –decía- habría siempre motivación para la enseñanza,
bien sea de la propia hidrografía, como de la fauna, la botánica, la
astronomía, la geología, la orografía y viendo solo un barco surcarlo bastaría
para hablar de las comunidades rivereñas y del comercio fluvial de caoaje. Las
curiaras nos acercarían a la prehistoria, a los indios, a la conquista, a la
colonia y a la emancipación.
Para Anita Ramírez, fallecida
casi centenaria en el 87, el Orinoco era el mejor libro y no estaba distante de
la verdad. Era así como ella lo valoraba, en esa didáctica visión y quien mejor
que ella nacida al contacto cotidiano de sus ondas, de su cinético rielar. Por
eso se iba de tarde con los niños, con Luz Machado, Lucila Palacios, Manolo
Cisneros, Manuel Felipe Flores, Jean Aristiguieta a explicar la clase frente al
río.
Además de maestra que concibió y
utilizó el Orinoco como cátedra, Anita Ramírez le canto con su voz de poeta.
Ella era poeta de cotidiano dialogar con lo humano y con lo bello. La maestra y
la poeta vivían confundidas y se utilizaban con admirable reciprocidad. Nunca
fue una cosa u otra por oportunismo o exhibicionismo y a pesar de que murió a
la edad de 95 años no fue poeta de lo contemporáneo sino de otro tiempo y de la
manera más espontánea y sencilla.
Casi desde el mismo momento que
cae en mano de la tía segunda de Leopoldo Sucre Figarella, intuye con la más
exquisita dulzura su destino. Petra Ruiz de Navarro, para quien hoy nadie tiene
una rosa que llevar a su tumba, enseño a Anita Ramírez aquella verdad de
Balmes: “conciliar la claridad con la
profundidad, hermanar la sencillez con la convicción, conducir por camino llano
y amaestrar al propio tiempo que anda por senderos escabrosos, mostrando las
angostas y enmarañadas veredas por donde
pasaron los primeros inventores, inspirar vivo entusiasmo, despertar en el
talento la conciencia de las propias fuerzas, sin dañarle con temeraria
presunción”.
Siguió esta línea también con
aquel gran observador del Orinoco que fue el bachiller Ernesto Sifontes, de
inseparable sombrero de corcho y clavel en el ojal; con el profesor Guillermo
Tell Villalobos, padre del poeta Héctor Guillermo Villalobos; con el presbítero
Adrián Maria Gómez. Aprendió con prosperidad y eficacia esas anotadas
atribuciones balmesianas que debe tener un maestro que considere la enseñanza elemental
no como fruto sino como semilla.
Las aprendió porque sintió sus bondades y tocó la sensibilidad de
su vocación. También por su naturaleza de mujer idealista aprendió a cantar lo
que nunca podía contar. Encontró en la poesía ese don divino de que hablaba
lord Verulam, que sublima y que levanta el ánimo y que somete las apariencias
de las cosas a los deseos del corazón
Profundamente humana, Anita
Ramírez no dejo de cantarle a los seres y a las cosas identificadas con ella.
Sería suficiente leer las voces del corazón, Florecillas silvestres, Belleza de
mi patria, Filosofía, Ensoñaciones y de
las cosas. A los que dijo amar y haberse amado en nombre de Dios.
Su poesía que estuvo disgregada
en revistas y periódicos, especialmente en su revista literaria “Alondras” que
circulo durante dos años y la destino a ser órgano oficial del Ateneo Guayanés,
fundado por ella, J. R. Del Valle Lauveuc y J. M. Agosto Méndez el 28 de mayo
de 1937.
Desde EE.UU. agradezco sus cronicas. Favor proveer cualquiera informacion bibliografica que tengas sobre el poeta Jose Ramon Del Valle Laveaux. Cuando fue fundado el Concurso de Poesia y quien lo auspicia. Muchas gracias.
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